15 de abril de 2025

Merengue dominicano: la música que nos corre por las venas

Merengue dominicano: la música que nos corre por las venas

No hay que decir ni una palabra. Tú oyes una güira sonando a lo lejos y ya los pies se te quieren ir solos. Esa es la magia del merengue, ese ritmo tan nuestro que se ha colado en cada rincón del país y del corazón de quien lo escucha. Pero, ¿te has parado a pensar de dónde viene esta joya musical? Ponte cómodo, que vamos a hablar de historia, pero sin formalismos.

Todo empezó en los campos…

El merengue nació en el campo, entre machetes, sudor, fiesta y tierra. La gente lo bailaba en los patios de las casas, con tambora y acordeón en mano, celebrando la vida como solo aquí sabemos hacerlo. No había tarima ni reflectores, solo una razón: gozar.

Al principio, la “gente fina” le daba la espalda. Decían que era vulgar, que eso era música de campesinos… y tal vez sí lo era, pero ¿y qué? Era música con alma, con calle, con fuerza. Y como todo lo que es real, se impuso solito. Porque donde hay alegría, el merengue llega y se queda.

Cuando Trujillo se montó en la ola

Sí, aunque duela decirlo, Trujillo fue clave en la expansión del merengue. El hombre, que era cibaeño y bien orgulloso de su tierra, decidió empujar el género a lo más alto. Mandó a crear letras patrióticas en merengue, organizó orquestas y hasta lo volvió obligatorio en las actividades del Estado.

¿Buena o mala jugada? Eso lo juzga la historia. Lo cierto es que gracias a esa movida, el merengue empezó a sonar más allá del patio y del colmadón. Llegó a las emisoras, a las fiestas grandes, a los bailes de sociedad… y ahí sí fue verdad que agarró vuelo.

El boom de los 70 y 80: cuando el merengue se puso de chaqueta

A partir de los 70, el merengue se puso elegante. Cambió el sombrero de yarey por saco y corbata, sin perder su esencia. Gente como Johnny Ventura (el Caballo Mayor), Wilfrido Vargas, Milly Quezada, Sergio Vargas y muchos más, le dieron otro nivel.

Ya no era solo “música de aquí”. Era exportación premium. Tocaron escenarios internacionales, llenaron estadios, pusieron a bailar a medio mundo. Y lo mejor: lo hicieron sin perder lo sabroso, sin desconectarse de la tierra.

Cuando el mundo dijo: “Esto vale oro”

En 2016, la UNESCO reconoció lo que los dominicanos sabíamos desde siempre: que el merengue es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. No fue un regalo ni una casualidad. Fue el resultado de siglos de música, resistencia, identidad y sazón.

Ese reconocimiento puso al merengue en vitrina global. Confirmó que no es solo un género musical, sino una expresión de vida, una bandera, una herencia que llevamos con orgullo.

¿Y ahora qué? ¿El merengue murió? ¡Jamás!

Algunos dicen que el merengue está en baja. Que ahora todo es dembow, trap y reguetón. Pero no nos dejemos engañar: el merengue no ha muerto, solo está tomándose un cafecito.

Nuevos artistas como Manny Cruz, Gabriel y Techy Fatule le están metiendo mano con respeto y creatividad. Y mientras haya diciembre, fiestas patronales o una tambora en manos de un loco alegre, el merengue va a estar vivo. Porque es parte de nosotros. Porque no se baila solo con los pies, sino con el alma.


Cierre con swing

Hablar de merengue es hablar de nosotros mismos. De lo que somos, de lo que sentimos, de lo que llevamos en la sangre. Así que cuando suene ese “tacatá” inconfundible, no lo pienses dos veces: párate, sacúdete, y baila. Que estás bailando con tu historia, con tu gente… con tu patria entera.

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